Prestones álgidos pudriéndose en la mesa del amor,
crespones de tumor en cada silla.



Una sonrisa borroneada.
Nada de la voz, nada del perfume.
Cinco pañuelos negros los dolores que llevo dentro:
crespones.


Raspones que deja el sudar del pensamiento,
en la carne amarronada y gris de aquel prestón:
el más podrido se va ya
con todos a la basura